miércoles, 30 de julio de 2008

Adiós, muñeca


Llegué a Montemar Vista cuando la luz empezaba a difuminarse, pero el mar tenía aún un hermoso centelleo y las olas rompían muy lejos de la orilla en largas curvas suaves. Exactamente debajo del borde espumoso de las olas, un grupo de pelícanos volaba en formación de bombarderos. Un yate solitario regresaba al puerto de Bay City. Más allá, el enorme vacío del océano tenía un color gris amoratado.
Montemar Vista no era más que unas cuantas docenas de casas de distintas formas y tamaños agarradas con uñas y dientes al espolón de una montaña, y daba toda la sensación de que un buen estornudo bastaría para derribarlas entre los almuerzos de los bañistas.

Adiós, muñeca
Raymond Chandler

Andrómeda y Perseo (III)

(Edwar Poynter: Andrómeda)


Andrómeda
Aquí desnuda virgen, con cadenas
ligada al mar, Andrómeda lloraba
tan triste, que las phocas, las Sirenas
y Numes escamosos lastimaba:
bañaba todo el campo de azucenas,
aunque en rosas del rostro comenzaba
aljófar, que engendrado en dos estrellas
dio al mar coral por las mejillas bellas.
La perfección del cuerpo merecía
no menos bella y peregrina cara,
y la cara no menos symetría,
que la del cuerpo tan hermosa y rara:
piadoso el viento del cabello hacia
cendal a su marfil, cortina avara;
no sé si a la pintura, o al deseo,
que era hijo de Júpiter Perseo.
Qual suele derretir en una peña
nieve del Austro el sol, y defendida
de una sombra, tal vez parte pequeña,
quedar a un hueco de la peña asida:
assí blanco marfil el cuerpo enseña
en medio de la parda peña herida
del sol, que apenas a llegar se atreve
para no deshacer su fuego en nieve.
Bajó Perseo por los ayres vanos
del cielo al sol, miró los ojos bellos,
no hallando, qual pensó, de amor tan llanos
los campos, aunque ya perdido en ellos:
que como la crueldad le ató las manos,
de manos le sirvieron los cabellos;
si bien, como miró por celosía,
más atención en el mirar ponía.
Miraba por auriferos canceles
a Venus en marfil, por mas decoro,
asechando jazmines y claveles,
si los miraba él, por hilos de oro:
el mar las crespas ondas, no crueles,
traxo, como a passar a Europa el toro,
para besar sus plantas, sin agravios,
lengua del agua y de coral los labios.

Andromeda
(Coleccion de las obras sueltas,
assi en prosa, como en verso,de
D. Frey Lope Felix de Vega Carpio,
Madrid: Año de M. DCC. LXXVI, Tomo II)

Lope de Vega

martes, 29 de julio de 2008

Los límites de Grecia


Al Norte, las cavernas del meltemi,
el encumbrado viento del Egeo.
Al Sur, el Mar de Creta, que sostiene
el inicio del mundo en una isla.
Al Este, los joyeles de islas plácidas
en creación, amor y vinos cálidos.
Al Oeste, Corfú, Ítaca, Zante...,
las bien bordadas por las aguas jónicas.
Y en el Centro, las Cícladas alzadas
para llegar al centro de la luz.
¡Y toda Grecia es centro de la luz!
Y más que nunca pregunté, pregunto
qué comienza y qué acaba en la belleza.
Mapa de Grecia
Enrique Badosa

lunes, 28 de julio de 2008

El navegante aéreo solitario


Fuente de la imagen: Birds As Art
Hace unos días conocí al famoso "navegante aéreo solitario", a quien un fallo del motor obligó a detenerse, solo por un día en esta Ciudad de El Cabo. Es un individuo de unos veinticinco años, tiene un hermoso rostro oval, moreno, de mujer o de poeta, y ojos almendrados y opacos, de enamorado o de santo. Se llama Udai Singh, y desde hace ya tres años vive siempre en el cielo. Viaja de un continente a otro, pasa de un oceáno a un desierto, con un aeroplano privado; tan sólo lleva consigo a un mecánico ayudante, obediente y callado.
Me dijo: "Tan sólo soy feliz cuando me libero, solo en el cielo libre: el sol es mi compañero fiel, las nubes son mis islas y mis etapas de viajes, las brumas mis lugares de ocultamiento, el viento es mi música. Cuando estoy a varios miles de metros por encima de la dura corteza habitada, me siento dueño del mundo y sobre todo me siento propietario único e imperturbable de mi alma. Usted, esclavo terrestre, no puede imaginar la ebriedad pura y alocada de los navegantes del cielo. Los pensamientos son más lúcidos y serenos, la mente está más libre, el corazón más seguro, el alma es más divina. Un archipiélago de rosados cirrus a la hora del ocaso es mi paraíso; las águilas con sus alas desplegadas son mis hermanas; el espejo inmenso del mar reflejando la grandiosidad del cielo es la pantalla de mis visiones. Solamente en la atmósfera elevada hallo la medida de mi respiración y el ritmo de mi ser. El cielo es todo mío porque yo soy todo del cielo".
El Libro Negro
Giovanni Papini

domingo, 27 de julio de 2008

Luna


A través de los campos del Cielo
dirijo la mirada y me pregunto
si también en los montes de Mikasa,
no lejos de Kasuga,
se levantó la Luna.
Cien poemas
Nakamaro

El humo del Monte Asama



Fuente de la imagen: The volcanism blog
Una vez, habiendo salido nuestro hombre de la Capital y estando de viaje hacia las provincias levantinas, porque la vida en la Corte se le hacía imposible, iba acompañado de uno o dos amigos. De camino vio por vez primera el humo que salía de un volcán, el Monte Asama, en la provincia de Shinano. Compuso:

Al ver en Shinano
el humo que sale
del volcán Asama,
me invadió la soledad
de estar de viaje.
Cantares de Ise
Anónimo japonés

sábado, 26 de julio de 2008

Viajes

Cuando los famas salen de viaje, sus costumbres al pernoctar en una ciudad son las siguientes: Una fama va al hotel y averigua cautelosamente los precios, la calidad de las sábanas y el color de las alfombras. El segundo se traslada a la comisaría y labra un acta declarando los muebles e inmuebles de los tres, así como el inventario del contenido de sus valijas. El tercer fama va al hospital y copia las listas de los médicos de guardia y sus especialidades.
Terminadas estas diligencias, los viajeros se reúnen en la plaza mayor de la ciudad, se comunican sus observaciones, y entran en el café a beber un aperitivo. Pero antes se toman de las manos y danzan en ronda. Esta danza recibe el nombre de "Alegría de los famas".
Cuando los cronopios van de viaje, encuentran los hoteles llenos, los trenes ya se han marchado, llueve a gritos, y los taxis no quieren llevarlos o les cobran precios altísimos. Los cronopios no se desaniman porque creen firmemente que estas cosas les ocurren a todos y a la hora de dormir se dicen unos a otros: "La hermosa ciudad, la hermosísima ciudad". Y sueñan todas las noches que en la ciudad hay grandes fiestas y que ellos están invitados. Al otro día se levantan contentísimos, y así es como viajan los cronopios.
Las esperanzas, sedentarias, se dejan viajar por las cosas y los hombres, y son como las estatuas que hay que ir a ver porque ellas no se molestan.
historias de cronopios y de famas
Julio Cortázar

viernes, 25 de julio de 2008

Eva

Cuando Eva vio a Adán muerto
no le dio mucha importancia:
le miró dormido, con un sueño más largo que de ordinario,
un sueño extraño.

Sólo cuando empezó a heder se dio cuenta que algo distinto sucedía.
Aulló nombrándolo y Adán fue el primer nombre verdadero de la muerte.
(Abel fue otra cosa, murió asesinado y fue enterrado.)

Adán se descomponía y Eva esperaba todavía que despertara.
Cuando comprendió
clamó al cielo desesperada; con el puño lleno,
Caín le llamaba y el nombre resonaba por montes y llanos desiertos dándoles vida por vez primera.

Y con un rama, fiera, se dispuso a defender a su hombre de las alimañas.

Julio Monegal Brandao (1901-1936)

Max Aub
Antología traducida

jueves, 24 de julio de 2008

Poema


Yo nací en Melo
ciudad de coloniales casas
en medio de la pánica llanura
y cerca del Brasil.
Poema
Emilio Oribe

Madame Bovary

Madame Bovary volvió a tomar el brazo de Rodlphe; él continuó como hablándose a sí mismo:
-¡Sí!, ¡tantas cosas me han faltado! ¡siempre solo! ¡Ah!, si hubiese tenido una meta en la vida, si hubiese encontrado un afecto, si hubiese hallado a alguien... ¡Oh!, ¡cómo habría empleado toda la energía de que soy capaz, lo habría superado todo, roto todos los obstáculos!
-Me parece, sin embargo -dijo Emma-, que no tiene de qué quejarse.
-¡Ah!, ¿cree usted? -dijo Rodolphe.
-Pues al fin y al cabo -replicó ella-, es usted libre.
Emma vaciló:
-Rico.
-No se burle de mí -contestó él.

Madame Bovary
Gustave Flauber

Andrómeda y Perseo (II)


Perseo liberta de la muerte a Andrómeda

Perseo venía rompiendo
el aire, con prestas alas,
de dar la muerte a Medusa,
y su cabeza cortada
traía llena de sierpes,
en que Minerva enojada
porque profanó su templo
volvió las hebras doradas,
y como oyó los gemidos
de Andrómeda, el curso para,
y viendo su hermosura,
ser diosa creyó sin falta;
mas certificado bien
ser mujer, el vuelo abaja,
y puesto junto con ella,
ya de amor presa su alma,
aunque dudoso al principio
de amor, que las lenguas ata,
le dice: — Dime, ¿quién eres?
¿de qué tierra? ¿Y por qué causa
te tienen de aquesta suerte
desnuda, a esta roca atada?
Coro Febeo de romances historiales
Juan de la Cueva

Nada es como antes



-Primo, ¿me estás evaluando?
-¿Qué quieres decir?
-He visto cómo me miras. Esperas a que esté descuidada para desnudarme con la mirada.
-No seas idiota, nena. Te falta mucho para que empiecen a mirarte los tíos. Al menos como miran cuando tienen ganas.
-¿Y cómo me miras tú?
Será cabrona- se dijo él.
-No importa- prosiguió ella-. Estoy acostumbrada a que los chicos me miren así en el instituto. Es algo inofensivo. Sólo es una forma idiota de calentarse sin llegar a nada.
La madre que te parió-volvió a rumiar él.
-¿Cuántos años tienes?- quiso saber ella.
-Veintiocho. ¿Por qué ?
-Por nada. Los adultos retorcéis las cosas hasta darle la forma de vuestras necesidades.
Serás hijaputa.
-¿Qué tal los pollos?
-¿Eh?- le había cogido desprevenido.
-Los pollos. Mi madre me contó que trabajas en una granja de pollos.
-Lo dejé. Faltaba trabajo. O sobraba mano de obra. Elige.
-Te despidieron.

Nada es como antes
Asdrúbal Hernández

miércoles, 23 de julio de 2008

El viaje a ninguna parte


De cómo a los cómicos les llegaron tiempos peores

"...-Entonces...¿te vuelves con tu familia?
-No, me ha escrito una amiga que trabaja en un bar de Rota. Me voy a trabajar con ella.
-Pero, qué bar es ése?
-No te rías del nombre. Se llama El Infierno. A pesar del nombre, está muy acreditado. Hace mucha caja. Van muchos americanos de la base.
-Un bar...¿un bar de camareras?
-Sí, eso creo.
-Pero, Juanita, tú si que estás loca. ¿Qué vas a hacer? Eso es mucho peor que esto.
-Seguro que se pasa menos hambre. Y hay trabajo todos los días.
-Te arrepentirás, te arrepentirás. Los sé. No me cabe la menor duda. Echarás de menos nuestros viajes, por los caminos, los ensayos, los papeles, las funciones. Quédate, Juanita..."
Fernando Fernán-Gómez
EL Viaje a Ninguna Parte.

Descubrimiento de la mar del Sur

Fuente:Vasco Núñez de Balboa. Wikipedia
Historia General de las Indias

LXII
Descubrimiento de la mar del Sur
"Dejó Balboa allí en Cuareca los enfermos y cansados, y con sesenta y siete que recios estaban subió una gran sierra, de cuya cumbre se parecía la mar austral, según las guías decían. Un poco antes de llegar arriba mandó parar el escuadrón y corrió a lo alto. Miró hacia mediodía, vio la mar, y en viéndola arrodillóse en tierra y alabó al Señor, que le hacía tal merced. Llamó los compañeros, mostróles la mar, y díjoles: "Veis allí, amigos míos, lo que mucho deseábamos. Demos gracias a Dios, que tanto bien y honra nos ha guardado y dado. Pidámosle por merced nos ayude y guíe a conquistar esta tierra y nueva mar que descubrimos y que nunca jamás cristiano la vio, para predicar en ella el santo Evangelio y bautismo, y vosotros sed lo que soléis, y seguidme; que con favor de Cristo seréis los más ricos españoles que a Indias han pasado, haréis el mayor servicio a vuestro rey que nunca vasallo hizo a señor, y habréis la honra y prez de cuanto por aquí se descubriere, conquistare y convirtiere a nuestra fe católica". Todos los otros españoles que con él iban hicieron oración a Dios, dándole muchas gracias. Abrazaron a Balboa, prometiendo de no faltarle. No cabían de gozo por haber hallado aquel mar. Y a la verdad, ellos tenían razón de gozarse mucho, por ser los primeros que lo descubrían y que hacían tan señalado servicio a su príncipe, y por abrir camino para traer a España tanto oro y riquezas cuantas después acá se han traído del Perú. Quedaron maravillados los indios de aquella alegre novedad, y más cuando vieron los muchos montones de piedras que hacían con su ayuda, en señal de posesión y memoria. Vio Balboa la mar del Sur a los 25 de setiembre del año de 13, antes de mediodía."
Historia General de las Indias
Francisco López de Gómara

La Carta Robada

Vermeer.Muchacha leyendo una carta en una ventana abierta(detalle)

The Purloined Letter
Nil sapientiae odiosius acumine nimio.(1)
Séneca.
AT Paris, just after dark one gusty evening in the autumn of 18--, I was enjoying the twofold luxury of meditation and a meerschaum, in company with my friend C. Auguste Dupin, in his little back library, or book-closet, au troisieme, No. 33, Rue Dunot, Faubourg St. Germain. For one hour at least we had maintained a profound silence; while each, to any casual observer, might have seemed intently and exclusively occupied with the curling eddies of smoke that oppressed the atmosphere of the chamber. For myself, however, I was mentally discussing certain topics which had formed matter for conversation between us at an earlier period of the evening; I mean the affair of the Rue Morgue, and the mystery attending the murder of Marie Roget. I looked upon it, therefore, as something of a coincidence, when the door of our apartment was thrown open and admitted our old acquaintance, Monsieur G--, the Prefect of the Parisian police.

La Carta Robada
Nil sapientiae odiosius acumine nimio
(Séneca)
Me hallaba en París en el otoño de 18... Una noche, después de una tarde ventosa, gozaba del doble placer de la meditación y de una pipa de espuma de mar, en compañía de mi amigo C. Auguste Dupin, en su pequeña biblioteca o gabinete de estudios del nº 33, rue Dunôt, du troisieme, Faubourg Saint-Germain. Llevábamos más de una hora en profundo silencio, y cualquier observador casual nos hubiera creído exclusiva y profundamente dedicados a estudiar las onduladas capas de humo que llenaban la atmósfera de la sala. Por mi parte, me había entregado a la discusión mental de ciertos tópicos sobre los cuales habíamos departido al comienzo de la velada; me refiero al caso de la rue Morgue y al misterio del asesinato de Marie Rogêt. No dejé de pensar, pues, en una coincidencia, cuando vi abrirse la puerta para dejar pasar a nuestro viejo conocido G.... el prefecto de la policía de París.

(1). Nada es más odiado de la sabiduría, que el exceso de astucia.

La Carta Robada
(Versión Julio Cortázar)
Edgar Allan Poe

viernes, 18 de julio de 2008

Andrómeda y Perseo

Andrómeda y Perseo

Expuesta en firme escollo al mar insano
La no culpada hija de Cefeo,
Mueve a piedad el reino de Nereo,
Remedio a su dolor pidiendo en vano,

Cuando rompiendo el aire con liviano
Vuelo se muestra el vencedor Perseo,
Que con el gran despojo meduseo
Orna glorioso la triunfante mano.

De la doncella el llanto y la hermosura
Enviaron a un tiempo al pecho fuerte
De lástima y amor agudas flechas.

Del mar la libra y de la bestia dura,
Trocando en vida la temida muerte,
Y en nupciales cantares las endechas.

Sonetos
Juan de Arguijo

El quinto viaje de Simbad el marino

La quinta historia de las historias de Simbad el marino, que trata del quinto viaje
Abandonamos Basora con el corazón confiado y alegre, deseándonos mutuamente, todo género de bendiciones. Y nuestra navegación fue muy feliz, favorecida de continuo por un viento propicio y un mar clemente. Y después de haber hecho diversas escalas con objeto de vender y comprar, arribamos un día a una isla, completamente deshabitada y desierta, y en la cual se veía como única vivienda una cúpula blanca. Pero al examinar más de cerca aquella cúpula blanca, adivine que se trataba de un huevo de roc. Me olvidé de advertirlo a los pasajeros, los cuales, una vez que desembarcaron, no encontraron para entretenerse nada mejor que tirar gruesas piedras a la superficie del huevo; y algunos instantes más tarde sacó del huevo una de sus patas el rocquecillo.
Al verlo, continuaron rompiendo el huevo los mercaderes; luego mataron a la cría del roc, cortándola en pedazos grandes, y fueron a bordo para contarme la aventura.
Entonces llegué al límite del terror, y exclamé: “¡Estamos perdidos! ¡En seguida vendrán el padre y la madre del roc para atacarnos y hacernos perecer! ¡Hay que alejarse, pues, de esta isla lo más de prisa posible! Y al punto desplegamos la vela y nos pusimos en marcha, ayudados por el viento.
En tanto, los mercaderes ocupábanse en asar los cuartos del roc; pero no habían empezado a saborearlos, cuando vimos sobre los ojos del sol dos gruesas nubes que lo tapaban completamente. Al hallarse más cerca de nosotros estas nubes, advertimos no eran otra cosa que dos gigantescos rocs, el padre y la madre del muerto. Y les oímos batir las alas y lanzar graznidos más terribles que el trueno. Y en seguida nos dimos cuenta de que estaban precisamente encima de nuestras cabezas, aunque a una gran altura, sosteniendo cada cual en sus garras una roca enorme, mayor que nuestro navío.
Al verlo, no dudamos ya de que la venganza de los rocs nos perdería. Y de repente uno de los rocs dejó caer desde lo alto la roca en dirección al navío. Pero el capitán tenía mucha experiencia; maniobró con la barra tan rápidamente, que el navío viró a un lado, y la roca, pasando junto a nosotros, fue a dar en el mar, el cual abrióse de tal modo, que vimos su fondo, y el navío se alzó, bajó y volvió a alzarse espantablemente. Pero quiso nuestro destino que en aquel mismo instante soltase el segundo roc su piedra, que, sin que pudiésemos evitarlo, fue a caer en la popa, rompiendo el timón en veinte pedazos y hundiendo la mitad del navío. Al golpe, mercaderes y marineros quedaron aplastados o sumergidos. Yo fui de los que se sumergieron.
Pero tanto luché con la muerte, impulsado por el instinto de conservar mi alma preciosa, que pude salir a la superficie del agua. Y por fortuna, logré agarrarme a una tabla de mi destrozado navío.

Las mil y una noches

Vamos, vamos a Europa

Antonio Colinas. Foto de Amando Casado.
y dijimos: vamos, vamos a Europa,
alta Ginebra de cristal muy grueso,
cafetines de piedra con luz roja, oh Calvino,
y cuánto lago y catedral, Friburgo, Salisburgo,
Nietzsche pasea loco por los bosques de Sils,
yo creo que está un poco desgastado
el disco de París, pero sus oros...
y dijimos: más lejos, aunque arda
la piel, caía la lluvia en Boulogne,
entre dos anarquistas la irlandesa
cantaba, los aviones sobre los chorreantes
prados de Welwyns Gardens, un cielo de cerveza,
Siena, Siena, tus rizos de doncella
y el labio suave como oliva,
se levanta la noche con magnolias
sobre los lupanares de Pompeia,
deprisa, llegaremos aún a tiempo
de tocarle los pechos a la noche griega.
Sepulcro en Tarquinia
Antonio Colinas

jueves, 17 de julio de 2008

Piedra y Camino

Mercedes Sosa

Atahualpa Yupanki
Piedra y Camino

A BAO A QU

A BAO A QU
Para contemplar el paisaje más maravilloso del mundo, hay que llegar al último piso de la Torre de la Victoria, en Chitor. Hay ahí una terraza circular que permite dominar todo el horizonte. Una escalera de caracol lleva a la terraza, pero sólo se atreven a subir los no creyentes de la fábula, que dice así:
En la escalera de la Torre de la Victoria, habita desde el principio del tiempo el A Bao A Qu,sensible a los valores de las almas humanas. Vive en estado letárgico, en el primer escalón, y sólo goza de vida consciente cuando alguien sube la escalera. La vibración de la persona que se acerca le infunde vida, y una luz interior se insinúa en él. Al mismo tiempo, su cuerpo y su piel casi traslúcida empiezan a moverse. Cuando alguien asciende la escalera, el A Bao A Qu se coloca en los talones del visitante y sube prendiéndose del borde de los escalones curvos y gastados por los pies de generaciones de peregrinos. En cada escalón se intensifica su color, su forma se perfecciona y la luz que irradia es cada vez más brillante. Testimonio de su sensibilidad es el hecho de que sólo logra su forma perfecta en el último escalón, cuando el que sube es un ser evolucionado espiritualmente. De no ser así el así, el A Bao A Qu queda como paralizado antes de llegar, su cuerpo incompleto, su color indefinido y su luz vacilante.
El A Bao A Qu sufre cuando no puede formarse totalmente, y su queja es un rumor apenas perceptible, semejante al roce de la seda. Pero cuando el hombre o la mujer que lo reviven están llenos de pureza, el A Bao A Qu puede llegar al último escalón, ya completamente formado e irradiando una viva luz azul. Su vuelta a la vida es muy breve, pues al bajar el peregrino, el A Bao A Qu rueda y cae hasta el escalón inicial, donde, ya apagado y semejante a una lámina de contornos vagos, espera al próximo visitante. Sólo es posible verlo bien cuando llega a la mitad de la escalera, donde las prolongaciones de su cuerpo, que a manera de bracitos lo ayudan a subir, se definen con claridad. Hay quien dice que mira con todo el cuerpo y que al tacto recuerda la piel del durazno.
En el curso de los siglos, el A Bao A Qu ha llegado una sola vez a la perfección.
El capitán Burton registra la leyenda del A Bao A Qu en una de las notas de su versión de Las Mil y Una Noches.

El libro de los seres imaginarios
(El Manual de zoología fantástica)
Jorge Luis Borges/Margarita Guerrero

miércoles, 16 de julio de 2008

Sizigias y Cuadraturas Lunares (II)

Fuente:Wikipedia
Extracto de la carta de Remeltoín Secretario del Ateneo Lunar,
al Bachiller Don Ambrosio de Echeverría
Monsieures, dijo, yo me llamo Onésimo Dutalón: nací en un pequeño lugar del Bayliage dÉtampe, en la Francia; hice mis primeros estudios en mi patria, mas viendo que la filosofía de la escuela era inútil, y que no podía hacer docto chico ni grande, pasé a París, en donde me entregué, con aplicación infatigable, al estudio de la física experimental, que es la verdadera; y, con esta ocasión, después de una meditación pausada en las obras de aquel espíritu de primer orden del suelo británico, el incomparable Isaac Newton, me hice dueño de los más profundos arcanos de la geometría. Vuelto a mi patria, cultivé la comunicación y amistad de un eclesiástico, llamado monsieur Desforges, hombre que sabe apreciar el mérito de los sabios sin respecto a facultades, autoridad ni poder. Como nuestra amistad se iba estrechando cada día, quise darle una prueba de confianza comunicándole el empeño en que estaba de fabricar una máquina volante, la cual es la que veis. Después de una infinita repugnancia, instruí a monsieur Desforges, porque así lo pedía, en todas las reglas que podían dirigir la práctica del secreto comunicado. Yo no podré decíros, monsieures, en que paró la instrucción. Por lo que a mí toca, previniendo que al vérseme discurrir por el aire se encendería una hoguera para ser quemado públicamente en la plaza como mágico, tuve por conveniente, para hacer algunos ensayos antes de remontarme a las esferas, salvarme en una de las Islas Calaminas en la Libia, flotantes o nadantes en la superficie del agua, de que hacen mención Plinio lib. 2, cap. 95, y Séneca lib. 3, cap. 25. Retirado, pues, a una de estas islas, hice el primer ensayo lustrando toda la África. En el segundo, picado de una curiosidad geográfica, quise examinar por mí mismo si había alguna comunicación por la parte del Norte entre nuestro continente y el americano, y hallé que los dividía un euripo del mar glacial. En el tercero, levantando un poco más el vuelo, hice asiento en la eminencia de los dos montes más altos de la Tierra: el de Tenerife, en una de las Canarias, y el de Pichincha, en el Perú. En la cumbre de este último cerro tuve el gusto de experimentar que el agua regia o fuente, libre de la gravitación y presión del aire, no disolvía el oro, poco ni mucho; como también, por esta misma causa, no tenían gusto alguno sensible los cuerpos picantes, y mordaces, como la pimienta, la sal, el azíbar, etcétera. Sobre la elasticidad, o resorte del aire, también hice algunos experimentos, que ahora no importa referir. Después de dos meses y medio, volví a la isla flotante de mi residencia y, mirándome en una disposición ventajosa para emprender un viaje literario a este planeta, me embarqué en mi carro volante, encomendándome a mi buena o mala suerte, hallándose la Luna dicótoma respecto de quien la observa desde la Tierra, de cuyo centro distaba, segun su paralaje, 59 semidiámetros terrestres. Como yo en mi viaje no me apartaba del plano de la equinoccial, corridas 273 leguas de atmósfera, tuve la curiosidad de arrojar al fluido, que navegaba una cuartilla de papel de China, y observé, con grande admiración mía, que el papel seguía hacia el Oriente la rotación que llevaba la atmósfera con el globo terráqueo. Antes de salir de esta región, hacía un frío incomparablemente más intenso que el que sentí en la Estotilandia en mi segundo ensayo, sobre [lo] que hice una reflexión digna de la atención pública en oportunidad favorable, para esforzar la opinión de cierto filósofo moderno, en orden a la causa del frío en sitios elevadísimos sobre el nivel del mar. Tenía yo andados bien seguramente 25 mil leguas, cuando tuve bastante que reír, acordándome del turbillón terrestre de monsieur Descartes, quien, por un rapto de imaginación extravagante, hace dar vuelta a la Luna alrededor de la Tierra en fuerza de su turbillón, de lo que no encontré el menor vestigio. Y para asegurarme más bien, tiré al fluido una pipa llena de agua del río Letheo, que perseveró inmóvil en aquel éter purísimo. Y también vine en pensar que si allí se construyese una torre cien mil veces más alta que la de Babel, se mantuviera eternamente sin vaivén, sin movimiento, sin desunión de sus partes, ni inclinación o propensión a centro alguno.
Yo (digo la verdad) en medio de aquella materia celeste no sentí frío ni calor, aun herido de los rayos directos del Sol, que congregué en el foco de un exquisito espejo cáustico, y no inflamaron ni licuaron varias materias puestas a conveniente distancia, sin duda por falta del aire heterogéneo; de que concluí que la catóptrica, con sus demostraciones, no tiene qué hacer en aquel éter sutilísimo y homogéneo.
En fin, monsieures, dijo el maquinario Dutalon, después de los auxilios precautorios que tomé para el uso de la inspiración y respiración en un espacio en donde no puede haberle por su raridad y improporción, no tenéis por qué preguntarme, cuando me veis, que sin pérdida de la vida he arribado felizmente a este orbe. Yo os certifico que cualquiera terrícola durmiendo puede hacer el mismo viaje con la misma felicidad. Yo he continuado observando y filosofando, y, después de todo, me hallo con la satisfacción de haberme desecho de una infinidad de preocupaciones, habiendo registrado las claras fuentes en que deben beberse las noticias experimentales; que es lo que aconseja Marcial en el Epigrama 102 del Libro 9.
Multum, crede mihi, refert a fonte bibatur
qui [sic] fluit, an pigro, qui [sic] stupet unda lacu.(1)
(1) Marcial libro IX, epigrama XCIX:
"multum, crede mihi, refert a fonte bibatur
quae fluit an pigro quae stupet unda lacu."
"Es muy distinto, créeme, si se bebe el agua que
fluye de la fuente o la que está parada en una charca estancada."

MECANÓPOLIS (1913)



Fuente: Wikipedia
MECANÓPOLIS
(1913)
Leyendo en Erewhon, de Samuel Butler, lo que nos dice de aquel erewhoniano que escribió el “Libro de las máquinas”, consiguiendo con él que se desenterrasen casi todas de su país, hame venido a la memoria el relato del viaje que hizo un amigo mío a Mecanópolis, la ciudad de las máquinas. Cuando me lo contó temblaba todavía del recuerdo, y tal impresión le produjo, que se retiró luego durante años a un apartado lugarejo en el que hubiese el menor número posible de máquinas.
Voy a tratar de reproducir el relato de mi amigo, y con sus mismas palabras, a poder ser.
Llegó un momento en que me vi perdido en medio del desierto; mis compañeros, o habían retrocedido, buscando salvarse, como si supiéramos hacia donde estaba la salvación, o habían perecido de sed. Me encontré solo y casi agonizando de sed. Me puse a chupar la sangre negrísima que de los dedos me brotaba, pues los tenía en carne viva por haber estado escarbando con las manos desnudas al árido suelo, con la loca esperanza de alumbrar alguna agua en él. Cuando ya me disponía a acostarme en el suelo y cerrar los ojos al cielo, implacablemente azul, para morir cuanto antes y hasta procurarme la muerte conteniendo la respiración o enterrándome en aquella tierra terrible, levanté los desmayados ojos y me pareció ver alguna verdura a lo lejos: “Será un ensueño de espejismo”, pensé; pero fui arrastrándome.
Fueron horas de agonía; más cuando llegué, encontréme, en efecto, en un oasis. Una fuente restauró mis fuerzas, y después de beber comí algunas sabrosas y suculentas frutas que los árboles brindaban liberalmente. Luego me quedé dormido.
No sé cuántas horas estaría durmiendo, y si fueron horas, o días, o meses, o años. Lo que sé es que me levanté, otro, enteramente otro. Los horrendos padecimientos habianse borrado de la memoria o poco menos. “¡Pobrecillos!”, me dije al recordar a mis compañeros de exploración muertos en la empresa. Me levanté volví a comer frutas y a beber agua, y me dispuse a recorrer el oasis. Y he aquí que a los pocos pasos me encuentro con una estación de ferrocarril, pero enteramente desierta. No se veía un alma en ella. Un tren, también desierto, sin maquinista ni fogonero, estaba humeando. Ocurrióseme subir, por curiosidad, a uno de sus vagones. Me senté en él; cerré, no sé por qué, la portezuela, y el tren se puso en marcha. Experimenté un loco terror y me entraron ganas de arrojarme por la ventanilla. Pero, diciéndome: “Veamos en qué para esto”, me contuve.
Era tal la velocidad del tren, que ni podía darme cuenta del paisaje circunstante. Tuve que cerrar las ventanillas. Era un vértigo horrible. Y cuando el tren al cabo se paró, encontreme en una magnifica estación muy superior a cuantas acá conocemos. Me apeé y salí.
Renuncio a describirte la ciudad. No podemos ni soñar todo lo que de magnificencia, de suntuosidad, de comodidad, y de higiene estaba allí acumulado. Por cierto que no me daba cuenta para qué todo aquel aparato de higiene, pues no se veía ser vivo alguno. Ni hombres, ni animales. Ni un perro cruzaba la calle; ni una golondrina el cielo.
Vi en un soberbio edificio un rótulo que decía: Hotel, escrito así, como lo escribimos nosotros, y allí me metí. Completamente desierto. Llegué al comedor. Había en él dispuesta una muy sólida comida. Una lista sobre la mesa, y cada manjar que en ella figuraba con su número, y luego un vasto tablero de botones numerados. No había si no tocar un botón y surgía del fondo de la mesa un plato que se deseara.
Después de haber comido salí a la calle. Cruzábanla tranvías y automóviles, todos vacíos. No había sino acercarse, hacerles una seña y paraban. Tomé un automóvil y me dejé llevar. Fui a un magnífico parque geológico, en los que se mostraban los distintos terrenos, todos con sus explicaciones en cartelitos. La explicación estaba en español, sólo que con ortografía fonética. Salí del parque; vi que pasaba un tranvía en ese rótulo: “Al Museo de Pintura”, lo tomé. Había allí todos los cuadros más famosos y en sus verdaderos originales. Me convencí de que cuantos tenemos por acá, en nuestros museos, no son sino reproducciones muy hábilmente hechas. Al pie de cada cuadro una doctísima explicación de su valor histórico y estético, hechas con la más exquisita sobriedad. En media hora de visita allí aprendí sobre pintura, más que en doce años de estudio por aquí. Por una explicación que leí en el cartel de la entrada vi que en Mecanópolis se consideraba al Museo de Pintura como parte del Museo Paleontológico. Era para estudiar los productos de la raza humana que había poblado aquella tierra antes que las máquinas las suplantaran. Parte de la cultura paleontológica de los mecanopolitas -¿quiénes?- eran también la sala de música y las más de las bibliotecas, de que estaba llena la ciudad.
¿A qué he de molestarte más? Visité la gran sala de conciertos, donde los instrumentos tocaban solos.
Estuve en el Gran Teatro. En un cine acompañado de fonógrafo, pero de tal modo que la ilusión era completa. Pero me heló el alma el que yo era el único espectador. ¿Dónde estaban los mecanopolitas?
Cuando a la mañana siguiente me desperté en el cuarto del hotel, me encontré, en la mesilla de noche, El Eco de Mecanópolis, con noticias de todo el mundo recibidas en la estación de telegrafía sin hilos.
Allá, al final, traía esta noticia: “Ayer tarde arribó a nuestra ciudad, no sabemos cómo, un pobre hombre de los que aún quedaban por ahí, la auguramos malos días.”
Mis días, en efecto, empezaron a hacérseme torturantes. Y es que empecé a poblar mi soledad de fantasmas. Es lo más terrible de la soledad, que se puebla al punto. Di en creer que todas aquellas fabricas, aquellos artefactos, eran regidos por almas invencibles, intangibles y silenciosas. Di en creer que aquella ciudad estaba poblada de hombres como yo, pero que iban y venían sin que lo viese ni los oyese mi tropezara con ellos. Me creí victima de una terrible enfermedad, de una locura. El mundo invisible con que poblé la soledad humana de Mecanópolis se me convirtió en una martirizadora pesadilla.
Empecé a dar voces, a increpar a las máquinas, a suplicarlas. Llegué hasta caer de rodillas delante de un automóvil, implorando de él misericordia. Estuve a punto de arrojarme, aterrado cogí el periódico, a ver lo que pasaba en el mundo de los hombres, y me encontré con esta noticia: “Como preveíamos, el pobre hombre que vino a dar, no sabemos cómo, a esta incomparable ciudad de Mecanópolis, se está volviendo loco. Su espíritu, lleno de preocupaciones ancestrales y de supersticiones respecto al mundo invisible, no puede hacerse al espectáculo del progreso. Le compadecemos.”
No pude ya resistir esto de verme compadecido por aquellos misteriosos seres invencibles, ángeles o demonios –que es lo mismo-, que yo creía que habitaban Mecanópolis. Pero de pronto me saltó una idea terrible, y era la de que las máquinas aquellas tuviesen su alma, un alma mecánica, y que eran las máquinas mismas las que me compadecían. Esta idea me hizo temblar. Creí encontrarme ante la raza que ha de dominar la tierra deshumanizada.
Salí como un loco y fui a echarme delante del primer tranvía eléctrico que pasó. Cuando desperté del golpe me encontré de nuevo en el oasis de donde partí. Eché a andar, llegué a la tienda de unos beduínos, y al encontrarme con uno de ellos, le abracé llorando. ¡Y qué bien nos entendimos aun sin entendernos!
Me dieron de comer, me agasajaron, y a la noche salí con ellos, y tendidos en el suelo, mirando el cielo estrellado, oramos juntos. No había máquina alguna en derredor nuestro.
Y desde entonces he concebido un verdadero odio a eso que llamamos progreso, y hasta a la cultura, y ando buscando un rincón donde encuentre un semejante, un hombre como yo, que llore y ría como yo río y lloro, y donde no haya una sola máquina y fluyan todos los días con la dulce mansedumbre cristalina de un arroyo perdido en el bosque virgen.


martes, 15 de julio de 2008

Olaberri el macabro

Olaberri el macabro
Olaberri era un pesimista jovial. No encontraba en el mundo más que vanidad y aflicción de espíritu. No tenía fe más que en la cal hidráulica y en el cemento armado. Para él, detrás de toda satisfacción venía algo negro y doloroso, que eran principalmente las facturas.
-¿Ve usted esa chica que se ha casado con el carabinero? -me preguntó hace tiempo con aire de profunda conmiseración.
-Sí.
-¡Qué infelices! Ahora mucha alegría, ¿eh?, y de viaje, pero luego ya vendrán las facturas.
A Olaberri le preocupaban las facturas. Para Olaberri, que era contratista en pequeño, las facturas eran como la sombra de Banquo, que aparece en el banquete de la vida.
Si Olaberri hubiera tenido el sentido estadístico de nuestro amigo Berecoche, ya difunto, diría que en la vida hay un 75 por ciento de facturas.
-Ya le he dicho al párroco -me contó una vez-: usted, con un cubo de agua y un hisopo, ya tiene para todo el año, y a vivir bien; nosotros, en cambio, pobres contratistas, siempre a vueltas con las facturas.
Olaberri tenía gustos macabros. Había construido en el cementerio varios sepulcros y trasladado cadáveres y huesos y algunos cuerpos recién muertos.
Al hacer la descripción de estos traslados sentía, sin duda, un ardor explicativo de artista medieval y macabro. Los huesos, las calaveras revueltas con tierra, los trozos de hábito o de ropa, la madera podrida de los ataúdes, todo daba pábulo a su charla pintoresca.
Al relatar el traslado de algún cuerpo recién enterrado, se lucía; entonces los detalles realistas eran tan terribles que a cualquier persona sencilla se le ponían los pelos de punta.
Salían a relucir los busanos blancos y las gurgujas verdes, y al último la gente no sabía si temblar de asco o echarse a reír.
Él no tenía repugnancia por nada.
-Los mejores caracoles que hay comido -solía decir-, los hay cogido en la tumba del difunto párroco. Nunca los hay comido mejores.

Cuentos
Pío Baroja

lunes, 14 de julio de 2008

El camino de baldosas amarillas

The Wonderful Wizard of Oz
Chapter 2: The Council with the Munchkins
"The North is my home," said the old lady, "and at its edge is the same great desert that surrounds this Land of Oz. I'm afraid, my dear, you will have to live with us."
Dorothy began to sob at this, for she felt lonely among all these strange people. Her tears seemed to grieve the kind-hearted Munchkins, for they immediately took out their handkerchiefs and began to weep also. As for the little old woman, she took off her cap and balanced the point on the end of her nose, while she counted "One, two, three" in a solemn voice. At once the cap changed to a slate, on which was written in big, white chalk marks:
"LET DOROTHY GO TO THE CITY OF EMERALDS"
The little old woman took the slate from her nose, and having read the words on it, asked, "Is your name Dorothy, my dear?"
"Yes," answered the child, looking up and drying her tears.
"Then you must go to the City of Emeralds. Perhaps Oz will help you."
"Where is this city?" asked Dorothy.
"It is exactly in the center of the country, and is ruled by Oz, the Great Wizard I told you of."
"Is he a good man?" inquired the girl anxiously.
"He is a good Wizard. Whether he is a man or not I cannot tell, for I have never seen him."
"How can I get there?" asked Dorothy.
"You must walk. It is a long journey, through a country that is sometimes pleasant and sometimes dark and terrible. However, I will use all the magic arts I know of to keep you from harm."
"Won't you go with me?" pleaded the girl, who had begun to look upon the little old woman as her only friend.
"No, I cannot do that," she replied, "but I will give you my kiss, and no one will dare injure a person who has been kissed by the Witch of the North."
She came close to Dorothy and kissed her gently on the forehead. Where her lips touched the girl they left a round, shining mark, as Dorothy found out soon after.
"The road to the City of Emeralds is paved with yellow brick," said the Witch, "so you cannot miss it. When you get to Oz do not be afraid of him, but tell your story and ask him to help you. Good-bye, my dear."
The three Munchkins bowed low to her and wished her a pleasant journey, after which they walked away through the trees. The Witch gave Dorothy a friendly little nod, whirled around on her left heel three times, and straightway disappeared, much to the surprise of little Toto, who barked after her loudly enough when she had gone, because he had been afraid even to growl while she stood by.
But Dorothy, knowing her to be a witch, had expected her to disappear in just that way, and was not surprised in the least.

El Mago de Oz
Capítulo segundo: La reunión con los munchkins
—El norte es mi hogar –dijo la vieja–, y en su extremo aparece el mismo gran desierto que rodea este País de Oz. Mucho me temo, querida, que tendrás que vivir con nosotros.
Dorothy comenzó a sollozar; se sentía muy sola entre todas esas personas extrañas. Sus lágrimas parecieron ablandar también a los bonachones munchkins, que enseguida sacaron los pañuelos y rompieron a llorar. La viejecita, en cambio, se quitó el gorro y apoyó el pico en la punta de la nariz, haciendo equilibrio, mientras cantaba «uno, dos, tres» con voz solemne. De pronto el gorro se transformó en una pizarra, en la que se leía, escrito con tiza en grandes caracteres:
«QUE DOROTHY VAYA A LA CIUDAD ESMERALDA»
La viejecita sacó la pizarra de la nariz y, después de leer las palabras escritas, preguntó:
—¿Te llamas Dorothy, querida?
—Sí –respondió la niña, alzando la mirada y secándose las lágrimas.
—Entonces debes ir a la Ciudad Esmeralda. Oz quizá pueda ayudarte.
—¿Dónde queda esa ciudad? –preguntó Dorothy.
—Está exactamente en el centro del país, y la gobierna Oz, el Gran Mago del que te he hablado.
—¿Es un hombre bueno? –quiso saber la niña, angustiada.
—Es un buen mago. No puedo decirte si es o no un hombre, pues nunca lo he visto.
—¿Cómo puedo llegar a ese sitio? –preguntó Dorothy.
—Debes caminar. Es un largo viaje, por un país a veces agradable y a veces oscuro y terrible. Sin embargo, yo usaré todas las artes mágicas que conozco para que nada te haga daño.
—¿No irás conmigo? –suplicó la niña, que había empezado a ver en la Bruja su única amiga.
—No, no lo puedo hacer –respondió la vieja–; pero te daré mi beso, y nadie lastimará a una persona que ha sido besada por la Bruja del Norte.
Se acercó a Dorothy y la besó con suavidad en la frente. Donde la tocaron los labios –Dorothy lo descubrió más tarde– quedó una marca redonda y brillante.
—El camino a la Ciudad Esmeralda está pavimentado con baldosas amarillas –dijo la Bruja–, así que no podrás confundirte. Cuando llegues ante Oz, no temas, cuéntale tu historia y pídele ayuda. Adiós, querida.
Los tres munchkins le hicieron una profunda reverencia y le desearon un agradable viaje; luego se alejaron entre los árboles. La Bruja se despidió de Dorothy con una amistosa inclinación de cabeza, giró tres veces sobre el tacón izquierdo e instantáneamente desapareció, ante la sorpresa del pequeño Totó, que al no verla más se puso a ladrar con fuerza; en su presencia ni siquiera se había atrevido a gruñir.
Pero Dorothy, al saber que era una bruja, había esperado que desapareciera de ese modo, y no se sorprendió.

El Mago de Oz
(Traducción:Marcial Souto)
L.Frank Baum

Navegantes


Giovanni Quessep

Cubierta de coral y algas marinas

en el fondo reposa
la barca. De las piedras
salen grises moluscos
y tenazas azules y escarlatas.
En ella cuántas veces
vinimos a esta isla de lirios y mandrágoras
en busca de los frutos de la vida,
sin oír que en la puerta de roble alguien cantaba:
solos y oscuros iban los navegantes en la noche,
y era la noche el alba de las secretas maravillas.
Carta imaginaria
Giovanni Quessep

sábado, 12 de julio de 2008

Richard Booth

El año pasado anduve por Hay on Wye, aldea galesa que comparte con el muchacho que estuvo siete días dando saltos sobre un solo pie y con el hombre que arrastró un tren de diez vagones con la dentadura, esa antología de lo que es capaz de hacer el ser humano por figurar en: el Libro Guinnes de los Records. Hay on Wye se ganó unos renglones en ese inverosímil volumen gracias a Richard Booth, que se empeñó en convertir la aldea en la capital mundial del libro, cosa que consiguió por el sencillo método de ir comprando todos los edificios para después atestarlos de libros.
Asomada a las aguas del río Wye, Hay fue alguna vez una aldea de campesinos que no sospechaban lo que les depararía el futuro. Es un pueblo típicamente británico, ya saben, de esos que salen tan a menudo en las novelas de las Brontë, Jane Austen o Thomas Hardy, cosa que nos ahorra cualquier descripción. Hay incluso, en lo alto del monte al que se va arrimando la aldea, un castillo normando.
La holandesa errante
Juan Bonilla

Del Miño al Bidasoa

Como Dupont y el vagabundo van agotando ya sus horas y sus minutos de compañía, no saben lo que decirse.
-A lo mejor volvemos a encontrarnos algún día, ¡todo pudiera ser!, en el sitio que menos vayamos a pensarlo.
-¡Quién sabe!
-¿Usted se alegraría?
Hombre, ¡yo sí! Puede usted estar seguro.
El Baztanzubi, después de cruzar el Oronoz, se estrecha por la garganta de Ascape, y más tarde lame los muros de Elizondo y se cuela, hacia el norte, por el valle del Baztán, que es uno de los más hermosos panoramas del mundo entero.
Siempre en el camino de Francia, el vagabundo se para al llegar a Malla, al pie del puerto de Otsondo.
-De aquí no sigo. Que Dios le bendiga, hermano, y que todos los compañeros de camino con los que haya de encontrarse en sus días no le resulten peor de lo que yo le resulté.
El vagabundo dijo sus palabras emocionada y temblorosamente. Dupont le miró a los ojos.
-Adios. Yo también le deseo a usted mucha ventura, toda la ventura que pueda caberle en el cuerpo a un hombre.
Del Miño al Bidasoa
Camilo José Cela

jueves, 10 de julio de 2008

La primavera

¿Quién no se ha puesto un día una guerrera
de húsares, azul, un quepis negro
con un aigret flamante, y las espuelas
con que el caballo vals galopa firme
dentro de los espejos fugitivos
y cual viento de mayo se ha lanzado
a la ocasión que pasa, al dulce atisbo
de la aventura errante, para luego
llorar amargamente sobre el rastro
de una estrella fugaz?
Homenajes e Impromtus
Juan Gil-Albert

miércoles, 9 de julio de 2008

Recuerdos e impresiones

Los chaparrones arrecian. Precediendo acada aguacero, una misteriosa penumbra, como el paso de una sombra por encima del firmamento de nubes grises, se filtra el barco. De vez en cuando la lluvia le cae a uno a chorros sobre su cabeza, como si resbalara desde canalones. Parece como si el barco fuera a ahogarse antes de hundirse, como si la atmósfera toda se hubiera covertido en agua.

"Recuerdos e impresiones"

Joseph Conrad

martes, 8 de julio de 2008

Gramática convencional

Esa mañana temprano, Eva se puso la malla y la sudadera que su marido le había regalado en su cumpleaños y salió al balcón. Era temprano, y aún no había amanecido. El cielo estaba estrellado, estrellas como puños. Solía correr una media hora y a la vuelta preparaba el desayuno de todos. Correr con las estrellas, lo llamaba ella. Bajó los cuatro pisos en ascensor y salió a la calle.
Era sábado. Las ventanas de la casa del vecindario permanecían apagadas. Eva se apoyó en la empalizada del jardín de la comunidad y empezó con los ejercicios para entonar las piernas. Soplaba una brisa algo fresca, anticipando el otoño. Mientras se ponía a punto, se fijó en el césped cubierto de hojas y alzó la vista hasta el magnolio. Empezó a correr, y a la luz de las farolas vio que los plátanos de ambos lados de la carretera estaban igualmente desnudos, sus hojas muertas alfombrando la alameda, que los pies levantaban en medio de pequeñas explosiones de hojarasca seca.
En la mesa le dijo a su marido:
-Están todas en el suelo, es como un bosque en pleno otoño.
Él estaba recriminando al menor de los chicos la manera de proceder con el cuchillo en la tarrina de margarina.
-Hay montones por todas partes -dijo ella.
-Claro, está llegando el otoño. Tienen que caerse. La primavera que viene volverán a salir y ya está -contestó él, sin levantar la vista del catálogo de ordenadores-. Oye, cariño, no sé si recuerdas, pero la semana pasada acordamos que ya no compraríamos margarina, sino mantequilla...
-Quiero decir que están todas en el suelo, que no hay una sola hoja en los árboles -insistió ella- Ha sido de repente, ¿no es extraño? Como si se hubieran caído todas esta noche. Y además, el magnolio...
-¿Se han caído todas en una sola noche? -repitió él con sarcasmo, y levantó la vista del catálogo para mirarla-. Pues vale, ¿y qué podemos hacer, llamar a los de Expediente X? -"Si al menos te peinaras antes de sentarte a la mesa", pensó.
Ella fue a la nevera y volvió con una botella de agua. "Hijo de perra", se dijo. Luego, tratando de que su voz pareciera del todo normal, dijo:
-Chicos, no olvidéis que tenéis que coger el dinero para los pasteles y las flores de la abuela.

Juegos de parejas
Asdrúbal Hernández

lunes, 7 de julio de 2008

De geografía

Un muro rosa, y un geranio mece,
bajo el azul, su roja flor sedienta,
y trepa una morada buganvilia.
Un vuelo abierto de palomas blancas
llevan la luz del aire a las palmeras.
Si estoy en Marrakech, me sueño en Elca.
Si en Denia estoy, me alejo hasta Essauira.
El otoño de las rosas
Francisco Brines

domingo, 6 de julio de 2008

Al Norte la montaña, al Sur el lago,


Nadie se apeó ni nadie subió en la estación que seguía a la de Shichijo en la línea de Keihan, el tren se detuvo, las puertas se abrieron mecánicamente y, al cabo de unos segundos, se cerraron con un gran suspiro, el jefe de estación alzó la paleta, miró hacia los dos extremos del andén desierto, pulsó el botón en la columna de mando y, por último, hizo una lenta, profunda y ceremoniosa reverencia al convoy vacío que abandonaba sin hacer ruido la estación y seguía su camino rumbo al sur, hacia Uji.

Al Norte la montaña, al Sur el lago,
László Krasznahorkai

sábado, 5 de julio de 2008

Apolo 11

"Houston, Tranquility Base here. The Eagle has landed."
"Houston…aquí base tranquilidad, el Águila ha alunizado."

Emisión radiofónica desde Tranquillitatis Statio
(15:17 del 20 de julio de 1969)
Neil Armstrong

"Primus circumdedisti me"


"Primus circumdedisti me"


"El primero que me circunnavegaste"

(20 de septiembre de 1519-6 de septiembre de 1522)

Relazione del primo Viaggio intorno al Mondo

Marti a XX de settembre, nel medesimo anno(1519), ne partissemo da questo loco, chiamato San Lucar...

Sabato, a sei de settembre 1522, intrassemo nella baia de San Lucar...

Primer viaje alrededor del mundo
Martes a veinte de septiembre, del mismo año (1519), partimos de este lugar, llamado San Lucar...

Sábado, a seis de septiembre de 1522, entramos en la bahía de San Lucar...
Primer viaje alrededor del mundo
Antonio Pigafetta

viernes, 4 de julio de 2008

Sueño para el invierno

En invierno, iremos en un pequeño vagón rosa
con almohadones azules.
Estaremos bien. Un nido de besos locos reposa
en cada rincón blando.

Tu cerrarás los ojos, para no ver, por el cristal,
gesticular a las sombras de la noche,
esas monstruosidades hurañas, populacho
de demonios negros y lobos negros.

Luego sentirás tu mejilla arañada...
Un pequeño beso, como una araña enloquecida,
te correrá por el cuello...

Y tú me dirás: ¡Busca! inclinado la cabeza,
- y nos dedicaremos a buscar a esa bestia
que viaja demasiado...

(En vagón,el 7 octubre 70)

Arthur Rimbaud
Obra poética

jueves, 3 de julio de 2008

Monte Sarmiento

Viaje al Estrecho de Magallanes
por el Capitán Pedro Sarmiento de Gamboa en los años 1579 y 1580 y noticia de la
expedición que después hizo para poblarle
(224-225)
"Desde este Puerto y Ensenada, y desde la Canal adentro la vuelta del Sur se ve un Volcan nevado que hace una Sillada de dos puntas en la cumbre; y al Norte del Volcan nevado parecen el Vernal y Pan de-Azucar, que por esta parte hacen esta figura. Quando el que viniere entrando por este Estrecho de acia la Mar del Norte para desembocar á la del Sur verá estos Volcanes y Montes de la figura aquí pintada, y por medio una gran Canal y Boca que parece mayor que la principal, y podríase engañar y ensenarse, y errar el parage y el camino. Por tanto, sea aviso que no vayas por la Canal que va entre los montes, sinó que en llegando a descubrir estos dichos montes todos tres, se descubre una Canal á mano derecha de los dichos montes, la vuelta del Noroeste quarta del Oeste, y aquélla es la buena Canal, y por allí se ha de ir, y dexar á la mano izquierda todos los dichos tres montes; y el que viniere de la Mar del Sur los ha de dexar á la mano derecha".

Viaje al Estrecho de Magallanes
Pedro Sarmiento de Gamboa

miércoles, 2 de julio de 2008

Encerrado con los faraones

Finalmente, Abdul nos llevó por la Sharía Mohamed Alí a la antigua mezquita del sultán Hassan, y a la de Babel-Azad, flanqueada por torres, más allá de la cual el pasaje de empinadas paredes asciende hasta la poderosa ciudadela que el propio Saladino hizo construir con piedras de olvidadas pirámides. Atardecía ya cuando escalamos ese peñasco, dimos una vuelta alrededor de la mezquita de Mohamed Alí, y nos asomamos al vertiginoso antepecho, por encima de El Cairo místico..., místico y todo dorado, con sus cúpulas labradas, sus etéreos minaretes y sus jardines replandecientes.
Muy por encima de la ciudad se alzaba la gran cúpula romana de un nuevo museo; y más allá- al otro lado del Nilo enigmático y amarillo, padre de dinastías milenarias- acechaban las amenazadoras arenas del desierto de Libia, onduladas, iridiscentes, perversas, llenas de arcanos aún más antiguos.

Traducción de Francisco Torres Oliver
Encerrado con los faraones
Howard Phillips Lovecraft

¡Hylas! ¡Hylas! ¡Hylas!

John William Waterhouse: Hylas and the nymphs (detalle)
Hylas
Según testimonio de Apolonio (1, 1207-1240), de Theócrito (XIII, 45) y de Strabón (p. 564), cuando los Argonautas desembarcaron en la Propontide y costa de Bithynia, el joven y casi adolescente Hylas, hijo de Teodomastro, rey de Driopes, iba con Hércules, que lo quería con preferencia entre todos sus compañeros, hasta el extremo de que, según Marcial, revelándonos el estado de las costumbres libidinosas griegas,
Incurvabat Hylam, posito Tyrintlaius arcu,(1)
frase que vale más no traducir.

Como acontece siempre en los viajes por mar, que al saltar en tierra, una de las primeras investigaciones que se hacen es buscar buen agua, tanto para la provisión de á bordo como para la comida cotidiana, tratóse de hacer esta investigación, y el joven Hylas se encargo de ella, llevando á prevención una urna o cráter, y para llenarla una especie de jarro ó enoçhoe. Pronto encontró lo que buscaba en el centro del frondoso bosquecillo, y se dispuso a llenar su urna, con este último vaso ; pero antes de que hubiera comenzado á realizar su propósito ; salieron de entre las espesas plantas acuáticas que crecían cerca de la fuente las Ninfas guardadoras de sus aguas, y, cogiéndole las manos y los brazos, enamoradas del hermoso adolescente, le condujeron á sus encantados palacios de cristal, procurando, con sus caricias, calmar su sorpresa.
Hércules, entretanto, inquieto por la tardanza de su predilecto compañero, salió en su busca, llamándole por tres veces; pero aunque Hylas, oyéndole á través de su fantástica morada, le contestó, perdióse su voz entre el murmullo de la bullidora fuente.
La leyenda añade que Hércules, en el colmo de su enojo, juró arrasar toda la comarca si no encontraba á Hylas muerto ó vivo; y desde entonces las gentes del país no cesaron de buscar al joven argonauta, y todos los años, en un día consagrado especialmente para esta investigación, los habitantes de Prusium y de sus alrededores recorrían las montañas, llamando con grandes y repétidas voces : "¡Hylas! ¡Hylas!"
Esta costumbre, que constituye una fiesta tradicional asiática, no quería significar solamente el encanto de las aguas que atrae y que acaso costó la vida humana á Hylas, cuyo triste fin se lamentaba en ella, sino que era, como las leyendas de Hyacintho y Adonis, y como las de todos los adolescentes de efímera existencia, la imagen de la imprevisora eflorescencia primaveral que todos los años se marchita, después de corta y esplendente vida. La leyenda griega de Hylas, se conservó como tantas otras de origen helénico entre los romanos, según lo demuestra un pasaje de Virgilio en la Egloga vi, intitulada Sileno, en la que al recitar éste, rodeado de faunos, de ninfas y aun de fieras, su cantar, que escuchan unos y otras y hasta las añosas encinas con cadenciosos movimientos, después de narrar las excelencias de la Creación y leyendas de la Mitología, alude también el viejo cantor á la historia del adolescente Hylas, mencionando que desapareció en una fuente, y las grandes voces que dieron para encontrarle, resonando toda la costa : ¡Hyla! ¡Hyla!
"His adjungit, Hylam nautae quo fonte relictum
Clamassent: ut littus, Hyla, Hyla, omne sonaret".
Versos que tradujo nuestro gran maestro fray Luís de León en esta forma:
"Y el Hila por las costas apartadas
buscado por demás con triste lloro,
la fuente do quedó, y voz contina
que hinche de Hila, Hila la marina".

(1) A Hylas lo ponía con el culo en pompa el de Tirinto, dejando a un lado su arco.

BOLETIN DE LA REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA. TOMO XXXVI (1904)
(MOSAICO DE HYLAS, DESCUBIERTO RECIENTEMENTE EN EL SITIO DE LOS VILLARES,
Á 5 KILÓMETROS DE LA BAÑEZA, PROVINCIA DE LEÓN).

J.de Dios de la Rada y Delgado