domingo, 16 de julio de 2017

Un héroe de nuestro tiempo

Jorge Lizana. Los Villalones, 2013.

El fatalista

Regresaba a mi casa por las desiertas callejuelas del poblado. La luna llena y roja, como el resplandor de un incendio, asomaba tras el almenado horizonte de las casas; relucían plácidamente las estrellas en la bóveda azul oscura, y reí al recordar que había habido sapientísimos varones convencidos de que los astros intervienen en nuestras nimias disputas por un trozo de terreno o por cualquier derecho imaginario. ¿Y qué sucedió? Esas mariposas, que, en opinión de aquellos sabios, ardían con el solo fin de iluminar sus contiendas y sus triunfos, siguen resplandeciendo con el mismo fulgor, mientras que sus pasiones y esperanzas se extinguieron al mismo tiempo que ellos, como una pequeña hoguera encendida en la linde de un bosque por un peregrino despreocupado. Y no obstante, ¡qué fuerza de voluntad les infundía la certeza de que el cielo entero, con sus infinitos moradores, los contemplaba con callada pero constante simpatía!... Nosotros, sus míseros descendientes, que vamos por la tierra sin convicciones ni orgullo, sin placer ni temor (excepto por esa instintiva angustia que nos oprime el corazón al pensar en el fin inevitable), no somos ya capaces de grandes sacrificios, ni en bien de la humanidad ni aun en pro de nuestra propia dicha, porque sabemos que ésta es imposible. E, indiferentes, pasamos de una duda a otra, igual que nuestros antepasados iban de error en error, con la diferencia de que no tenemos sus esperanzas ni tan siquiera ese deleite, incierto pero intenso, que nuestro espíritu encuentra en toda lucha contra los hombres o contra el destino...

Traducción de Oriol Pose

Un héroe de nuestro tiempo (1840)
Mijail Lermontov

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