jueves, 28 de septiembre de 2017

Tener libros de cabecera

Elsdon. Leyendo en la noche.

Capítulo VI
Tener libros de cabecera

Los libros que conviene tener a la cabecera son aquéllos capaces de aconsejarnos en cualquier circunstancia; los que nos elevan a través del relato de una vida ejemplar; aquéllos que nos narran la existencia de un hombre semejante a nosotros, como Montaigne, y por ello nos reconfortan; los que nos muestran el universo tal como es, y nos hacen participar de otras existencias, en medios y épocas distintos; los que resumen el Todo; aquéllos, en fin, que son como cantos. El libro más hermoso es, quizá, el que no ha sido escrito para ser leído, que no ha sido publicado sino después de la muerte de su autor, que no ha sido oscurecido por ningún deseo de agradar, que tiene la calidad de un testamento. Y es de desear que el libro sea lo suficientemente antiguo como para que no se llegue a ligar por ningún hilo a nuestras circunstancias presentes; y que nos haga sentir que aquello que nos conmueve en este momento es provisional.
Hay libros de cabecera que uno abre casi todos los días. También los hay que no se abren casi nunca, que existen, sin embargo, y que uno sabe que podría consultar. Se parecen a esos seres que nunca visitáis, pero que os hacen bien simplemente porque existen, y de los que sabéis que para verlos os bastará con abrir una puerta. El nombre de un autor o un título sugestivo son a veces suficientes.

Traducción de Celia Pereira y Carlos A. Duval

El trabajo intelectual (1951)
Jean Guitton

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