martes, 14 de noviembre de 2017

Acerca de la escritura poética

Ada Salas. Ilustración de la Universidad de Almería.

La escritura es un estado permanente de carencia. Su lugar es el hueco. El poeta no enuncia: llama, convoca. Desanda el camino de la elipsis diaria. Busca, en la palabra, la faz de lo real que lo real elude. No huye de la realidad, intenta completarla, acrecentarla. No transmuta, desvela. Su mirada no es parcial, sino totalizadora. Son fragmentos los poemas, sí: esas piezas que faltan en el puzzle ilusorio de nuestra existencia.
El tiempo del poema no es nunca el presente. Ni, en realidad, el pasado o el futuro. El tiempo del poema es el no-tiempo, porque es el de la memoria inmemorial del hombre, el tiempo esencial, común, universal. Por eso es, a la vez, el tiempo del recuerdo y el de la profecía, en el que todo lector, de cualquier época, puede situarse. Se equivoca el poeta que cree, al escribir, estar dando cuenta de su presente. Necesita, quizá, creerse ese espejismo para que su labor adquiera ante sus ojos cierta consistencia. Pero, en realidad, la labor poética es mucho más vertiginosa: se escribe en el vacío, en el caos. La fuente de la escritura es anterior -y exterior- a todo y a todos. Su materia sería 'el agua' de Tales o el 'aire' de Anaxímenes. Más que palabra en el tiempo, el poema es palabra fuera del tiempo, al margen. Desde su orilla, la poesía ve pasar el río de los hombres y, reflejándose en cada uno de ellos, su esencia es, a la vez, cambiante e inmutable.

Acerca de la escritura poética
Ada Salas

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