sábado, 10 de marzo de 2018

El gusto literario

L. L. Schücking. El gusto literario.

VII
La aceptación pública

Toda persona que quiera estar al día y participar en las conversaciones, se ve obligada a ocuparse de las obras que han causado cierta sensación. La perogrullada que está en la base del refrán "dinero llama dinero" se puede aplicar en cierta medida al escritor de éxito. Se origina algo así como un remolino del gusto. Pero, al parecer, esto ocurre desde épocas muy remotas. Ya en el siglo XII  hubo una "sensación literaria"; la fantástica Historia Regum Brittaniae del juicioso celta Godofredo de Monmouth, que iba a inspirar todo el ciclo épico del rey Arturo. Tenemos el testimonio de un tal Arthur of Beberly, a quien tanto le preguntaron si había leído la obra que, por fin, se fastidió y consiguió el manuscrito. Confesiones como ésta, acerca de un libro leído por la coacción de una moda imperiosa, se encuentran frecuentemente en los siglos posteriores. En su célebre diario, escribe Pepys (26 de diciembre de 1622), que se ha desprendido del reciente libro de Butler, Hudibras, porque le parece demasiado ingenuo; pero seis semanas más tarde lo vuelve a comprar porque entretanto todo el mundo, esto es, el mundo cortesano que dictaba las normas del gusto, lo había declarado modelo de ingenio. Cien años después, el virtuosos Samuel Richardson se indignaba de que un libro tan frívolo e indecente como el Tristram Shandy de Laurence Sterne estuviera en boca de todo el mundo: ¿pero quién puede contra el poder de la moda? We are obliged to read every foolish book that fashion renders prevalent in conversation, dice ("Estamos obligados a leer cualquier libro estúpido que la moda convierta en tema favorito de las conversaciones").
Medio siglo más tarde, Lord Byron tuvo a su vez la suerte de hacerse tema de conversación diaria y salir, de pronto, de la oscuridad absoluta a la deslumbrante luz de lo sensacional. De casos como éste está llena la historia de la literatura. En todos ellos el factor social falsifica el efecto puramente literario. El lector sucumbe a lo que le parece la communis opinio, la cual, por decirlo así, le tapa la boca; de modo que renuncia muchas veces a su propia crítica, y ve de pronto la obra a una luz enteramente distinta. "Al libro que ha causado sensación ya no podemos, en realidad, juzgarlo" dijo Goethe el 11 de junio de 1822 al canciller von Müller.

Traducción de Margit Frenk Alatorre

El gusto literario (1931)
L. L. Schücking

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